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09 marzo, 2015

Allen Iverson, o el mayor talento nunca visto en una cancha de baloncesto



Hablar de Allen Iverson es hablar de baloncesto. En su más puro significado, en su más profundo sentido, en su máxima expresión. Talento y desparpajo. Efectividad y espectáculo. Carisma y competitividad. Éxitos y fracasos. Pero sobre todo, un regusto a leyenda que permanecerá muchas décadas vigente. La historia de Allen Iverson es la historia del baloncesto, sin lugar a la duda.

Para toda una generación de jóvenes amantes del baloncesto, la de los nacidos en la década de los 90, Allen Iverson era el buque insignia de ese hermoso cuento de hadas que es la NBA. Con su llegada a la liga como número uno del draft de 1996 ( una promoción talentosa con jugadores como Kobe Bryant, Steve Nash, Marcus Camby, Stephon Marbury, Ray Allen, Peja Stojakovic o Jermaine O'Neal ), se inició una revolución que representaría el nexo entre una vieja guardia de estrellas y una nueva y flamante clase de jóvenes talentosos y con un enorme filón mediático. De hecho, nadie tenía más tirón que el chico de Hampton, Virginia, recién salido de Georgetown. Su desmesurado talento lucía incluso más especial si atendemos a sus datos antropométricos: 1'83 de altura y 75 kilitos de peso parecen insuficientes para afianzarse en la liga de baloncesto más exigente, con diferencia, del planeta. No sólo por el nivel físico de los jugadores ( Iverson debía enfrentarse cada noche a defensores más altos y fuertes que el), sino por la enorme carga de partidos y viajes que deben afrontar. Pero no sólo consiguió afianzarse en la competición, sino que se convirtió en referencia de la misma: 10 veces All Star, 4 veces máximo anotador de la NBA, 3 veces en el mejor quinteto de la liga, un premio MVP de la temporada regular y unas finales NBA con un equipo, como poco, ramplón.

La irrupción de Iverson en la liga fue contemplada con recelos por buena parte del equipo ejecutivo de la competición. Allen llegaba con una imagen de bad boy ganada a pulso por él mismo. Fue sonado su incidente, cuando aún era jugador del instituto local de Hampton, Bethel, en donde lideraba tanto al equipo de baloncesto como base, como al equipo de fútbol americano desde el puesto de quaterback; en su año junior fue capaz de llevar a ambos equipos al campeonato estatal de Virginia, siendo elegido por la prensa como el mejor jugador de instituto del estado en los dos deportes. Dicho incidente se produjo en 1993 entre Iverson y sus colegas y un grupo de adolescentes blancos en una bolera, y se saldó con una condena para Allen de 5 años de prisión y 10 de suspensión deportiva tras haberle partido una silla en la espalda a una chica. Iverson evitó la carcel por ser menor de edad y estuvo cuatro meses en un correccional, hasta que el gobernador de Virginia le concedió el indulto, y poco después, la condena sería rebocada.

Tras este episodio, Iverson fue reclutado por la Universidad de Georgetown, donde jugó por dos años antes de dar el salto a la NBA, dejando por el camino titulos, reconocimientos individuales y unas estadísticas espléndidas, siendo aún hoy el máximo anotador de la historia de la universidad. Diferentes problemas económicos familiares precipitaron su ingreso en la mejor liga del planeta. Era el momento de ganar pasta.



Ya desde su primer año en los Sixers de Philadelphia, la sintonía con el público fue total y sus actuaciones protagonizaban los resumenes deportivos. Pronto se convirtió en el jugador de moda de la NBA. Enganchó cuatro partidos de 40 o más puntos consecutivos, y anotó 50 puntos ante Cleveland en Abril, siendo el primer y segundo rookie, respectivamente, en conseguir estos récords. Se llevó a casa el galardón a mejor novato del año por la manga. En los años siguientes, continúo con su vertiginoso ascenso hasta los altares de la liga. El entrenador Larry Brown llegó a Pensilvania en 1997 para aúnar fuerzas con The Answer y transformar la mentalidad de una franquicia hundida en el pozo. Aunque la relación fue problemática desde el inicio, con sonados choques entre ambos, el invento acabó por funcionar. Larry Brown se concentró en trabajar el ego de Iverson y hacerle más jugador de equipo. Ya era evidente que su talento estaba por encima de los demás en la cancha; ahora había que aprovechar el carisma y la personalidad de Iverson para convertirle en un lider total. Nunca llevó nada bien chupar banquillo ni tener que entrenar, y aunque la relación entre ambos siempre fue de amor-odio, Larry Brown fue capaz de alcanzar el objetivo, al menos las primeras temporadas.



En la temporada 2000/01, los Sixers acabaron primeros de la conferencia este con 56 victorias. En cinco temporadas, el equipo había evolucionado de las 22 victorias del primer año de Iverson hasta el mejor balance de su conferencia. Allen levantó esa temporada su primer y único premio MVP, aunque probablemente hubiera sido merecedor de haberlo levantado también la temporada anterior, además del premio a mejor jugador del All Star, y llevó en volandas a un equipo muy cutre ( su pilar, tras el propio Iverson, era Dikembe Mutombo, y luego venían jugadores de un perfil mucho más bajo como Eric Snow, Tyrone Hill, Aaron Mckie, Jumaine Jones, George Lynch o Matt Geiger) hasta las finales de la NBA contra los poderosos Lakers de Shaquille O'Neal, Kobe Bryant y Phil Jackson. Prácticamente todo el público especializado coincide en que sin Iverson, los 76ers de aquella temporada probablemente no hubieran alcanzado ni siquiera playoffs. Tras superar en primera ronda a los Pacers de Reggie Miller, los Sixers tuvieron que llegar hasta el séptimo partido en las eliminatorias ante los Raptors de Vince Carter y los Milwaukee Bucks de Ray Allen. En cada eliminatoria la figura de Iverson se fue acrecentando y dejó actuaciones para la historia. Por su parte, el equipo angelino se plantó en las eliminatorias por el título con un balance inmaculado en play-offs, donde aún no conocían la derrota, y dado que Philadelphia se presentaba como un rival endeble y fatigado, todo el mundo apostaba por un nuevo barrido y la consecución de un campeonato perfecto para Phil Jackson and company. Pero Iverson tenía otros planes; Philadelphia llegó al Staples Center de la capital de California dispuesto a dar guerra, y así fue: Allen anotó 48 puntos ( la anotación más alta de la historia para un debutante en las finales) y los Sixers se llevaron el primer partido reventando todas las apuestas. Queda para el recuerdo aquel tiro anotado desde la esquina tras haber dejado tirado a Tyronn Lue y la zancada por encima de él acto seguido, simbolizando en cierta manera que no había nadie mejor que el, al menos en su puesto, en la liga. Los Lakers encajaron el golpe y se pusieron manos a la obra; Shaq abusó de Mutombo (que ese año había ganado su cuarto título como mejor jugador defensivo de la NBA ) y de todo sixer que se pusiera por delante para llevarse el anillo directo a la costa oeste. Sería el segundo de los tres títulos conquistados por la sociedad Shaq-Kobe antes de romperse. Pero, en el imaginario NBA, esas serían las finales de Allen Iverson.  Promedió 40'6 puntos en los cinco partidos disputados.



Nunca Iverson ni los Sixers volvieron a llegar tan alto en los años posteriores. Allen se cansó de anotar y anotar para nada; nunca tuvo el equipo competitivo que demandó a los directivos de la franquicia. En parte por los pésimos movimientos ejecutivos, y en parte por lo difícil de conseguir estrellas que quisieran venir a compartir vestuario con un jugador talentoso y ególatra a partes iguales. En febrero de 2005 llegó al equipo Chris Webber, el mejor aliado que le pudieron brindar a Iverson en diez temporadas, pero no fue suficiente y el equipo volvió a caer a las primeras de cambio en fase final. Tras esto, y con todo el dolor del mundo, The Answer hizo las maletas y puso rumbo a Denver, donde le esperaba Carmelo Anthony. La sociedad Melo-AI prometía. Además de trenzas y swag, los dos jugadores compartían talento e instinto anotador del más alto calibre. El grupo estaba redondeado por jugadores muy interesantes como Marcus Camby, Kenyon Martin, JR Smith o Nené Hilario. Pero el experimento tampoco funcionó, y en las dos temporadas en Colorado no logró superar la primera ronda de playoffs. Así que vuelta a la carretera. Iverson se movió a Detroit ya muy mermado tanto física como anímicamente. Había comenzado esa extraña etapa en la carrera de muchas estrellas venidas a menos en que intentan desesperadamente, mediante traspasos, aterrizar en una franquicia que les pueda brindar una última oportunidad de luchar por el deseado anillo de campeón de la NBA. Pero Detroit primero, donde sólo completó un primer tramo bueno, para luego lesionarse y regresar directo al banquillo, y Memphis después, donde solo disputó 3 partidos, no eran ni de cerca los proyectos adecuados, y AI abandonó ambas franquicias por la puerta de atrás. Luego, vuelta al equipo de sus amores, Philadelphia, donde más que competir, lo mejor que pudo extraer de aquellos 25 partidos fue el tremendo cariño del público que lo agasajó cada vez que pisó la que siempre será su cancha. Tras esto, vino el extraño salto al viejo continente, concretamente al Besiktas turco, en una maniobra inesperada y muy definitoria del extraño momento personal del crack de Virginia, envuelto en disputas matrimoniales y con su pequeña hija Messiah con graves problemas de salud.

Pero no tardó ni dos meses en dejar Europa y regresar a los Estados Unidos a la mínima oportunidad que tuvo; una lesión en la pantorrilla que le sirvió de excusa para volar y no volver. De vuelta en casa, Iverson intentó solucionar sus problemas económicos con un nuevo contrato, pero ya nadie en la liga parecía dispuesto a confiar en su talento. Recibió ofertas, incluida una de los Lakers, pero todas requerían un paso por la Liga de Desarrollo previa incorporación a la franquicia, algo a lo que Iverson se negó en redondo por considerar este trato un insulto. Finalmente, tras no recibir una llamada que contentara sus expectativas, anunció su retirada definitiva en 2013, y su camiseta con el número 3 fue retirada por los Philadelphia 76ers en 2014.



Este podría ser más o menos el resumen de una carrera deportiva a grandes rasgos espléndida. Durante muchas temporadas, Iverson encabezó los rankings de la liga en anotación, asistencias y robos de balón. Su pasión y su destreza le hicieron ganarse un hueco en el corazón de los aficionados de los Sixers y de la NBA en general; era un auténtico espectáculo ver a un jugador tan escurridizo y talentoso, que jugaba a un ritmo vertiginoso e inteligente, y con un cambio de ritmo que tumbaba rivales como si fuesen bolos. Iverson era exponente de un estilo callejero y estético que no siempre consigue triunfar ante los focos y los flashes de la gran liga. No fue el primer jugador en aportar un fresco y desenfadado estilo de juego, pero si que fue el que lo hizo de la manera más efectiva. Es obligado destacar que consiguió cuatro veces el título de máximo anotador de la liga en una competición donde, por poner un ejemplo, en la temporada 2000/01 ( la de las finales para los Sixers), la media de altura estaba situada en los 2'00 metros de altura y el peso promedio de un jugador era de 104 kilos: 15 centímetros y 25 kilos de diferencia respecto a la media que no sirvieron para evitar que Iverson, antes de abandonar los Sixers y acabar dando tumbos por la liga diluyendo sus estadísticas de carrera, presentara el tercer mejor promedio de anotación de la historia por detrás de Michael Jordan y Wilt Chamberlain. Actualmente Iverson ocupa el puesto número 24 de la lista de máximos anotadores de la historia de la liga con 24.368 puntos, recién superado por LeBron. Además, es el único jugador de la historia en liderar la liga en robos de balón en tres temporadas consecutivas, y ocupa el puesto número 12 de la lista de mejores ladrones de la historia con 1983 robos (2'2 por partido). Todos estos datos estadísticos sólo forman una parte de la mística de Allen Iverson y solo explican su impacto en la liga hasta cierto punto.

Porque Iverson era el prototipo de chico malo de la NBA. Su carácter díscolo le hizo ser quebradero de cabeza de entrenadores, directivos y peces gordos de la liga. Vestía de manera ostentosa, iba forrado de joyas, llevaba gorra, pañuelos en la cabeza y gafas de sol en interiores, y mantenía un tono provocativo cada vez que abría el pico. Su estilo enamoraba a las nuevas generaciones y espantaba a los puristas. Para más de uno, Iverson no debía representar el presente ni el futuro de la NBA. Sus antecedentes y su comportamiento jugaban en su contra, así como su marcada voluntad de hacer lo que le saliera de los cojones fuera de la cancha. Tenía ese corazón de guerrero que tanto gusta a los amantes de la épica. Un carácter en pista ambicioso y muy competitivo. Además, en ocasiones, entre desplante a la prensa y desplante al entrenador de turno, soltaba auténticas perlas que le convertían en figura clave de la NBA. Por ejemplo, cuando a mitad de década David Stern anunció el nuevo código de vestimenta para los jugadores, que obligaba a vestir de manera comedida, y dejar al margén elementos como gorras, gafas de sol, joyas y ropa holgada, Iverson fue el primero en manifestarse en su contra y en advertir que no pensaba cumplirlo. Lo consideraba un ataque injustificado a la cultura que existe en torno al hip-hop. " Pon a un criminal en un traje y seguirá siendo un criminal. Este código de vestimenta emite un mensaje muy negativo para los niños" dijo entonces.

Pero no todas sus historias al margén del baloncesto son así de inspiradoras. En el año 2000 trató de lanzar una carrera como rapero que no llegó a fructiferar. Bajo el nombre de Jewelz proyectó un álbum llamado 40 Barz que no se llegó a publicar debido a su alto contenido en líricas violentas y homófobas. En más de una ocasión tuvo problemas con la autoridad por conducir a una velocidad excesiva, por tenencia ilícita de armas o por posesión de marihuana. En 2004 fue expulsado y vetado en un casino de Atlantic City por echarse una meada en una papelera a la vista de todo el salón. Iverson era un adicto al juego y asíduo a los casinos. Cuando en 2011 le fue retirado un Lamborghini Murciélago a raíz de la detección por parte de la patrulla que le había parado de que Iverson había falsificado un documento para evitar pagar un impuesto estatal, su respuesta fue " llévenselo si quieren, tengo 10 más ... ¿ es que no saben quién soy ?". Parece que esta declaración era mas fanfarronería que otra cosa, porque sólo un año después Iverson se vió obligado a vender su lujosa mansión de Atlanta por 4'5 millones de dólares, en pleno proceso de divorcio de su esposa de toda la vida y madre de sus cuatro hijos Tawanna. Iverson se declaró entonces en bancarrota. 

Allen Iverson ganó en torno a 154 millones de dólares sólo en contratos NBA. A esta suma hay que añadir los ingresos de sus múltiples contratos publicitarios, como el que tuvo con la marca Reebok durante muchos años. Pero ahora ya no queda mucho rastro de todo ese dinero, dilapidado entre malas inversiones, derroches indiscriminados y una enorme cantidad de garrapatas de las que Iverson siempre se ocupó de buena gana. En la película He Got Game de Spike Lee, podemos apreciar en el personaje de Jesus Shuttlesworth encarnado por un jóven Ray Allen lo estresante que puede llegar a ser el tener ante ti un futuro brillante en una máxima competición deportiva. El número de amigos interesados, primos lejanos y mujeres atraídas por ti es directamente proporcional al talento que tienes (o que la prensa ha publicado que tienes). Mucho me temo que ahora que su vida deportiva ha llegado a su fin, escucharemos más cosas de AI relacionadas con jaleos y escándalos que con su relación con el juego donde triunfó.


La realidad es que Iverson queda irremediablemente atrapado en el imaginario de todo amante del basket, especialmente en la mente de los jóvenes de los 90. Sus trenzas, su calentador en el brazo derecho, sus tatuajes, sus andares chulescos, su carisma. Su velocidad, su peculiar mecánica de tiro, su inteligencia sobre la cancha, su capacidad de liderazgo, su innegociable esfuerzo en cada jugada. Iverson contaba con todos los elementos necesarios para entrar en la historia de la liga y así fue, tanto como excelso jugador como por ser un revolucionario e innovador icono de marketing. A todo el mundo le gustaba ver jugar a Allen Iverson; no tenías más remedio que rendirte a la magia de un jugador diferente. A su retirada ingresó en el club maldito de leyendas que se jubilaron sin el anillo, junto a Karl Malone, Charles Barkley o Patrick Ewing, entre muchos otros, pero con la sensación para todos sus contemporáneos de que no necesitó lograr un anillo para alcanzar la gloria en el mundo del baloncesto. Para bien o para mal, Iverson es La Respuesta a la pregunta de por qué nos gusta el baloncesto.


05 marzo, 2015

Messi y Cristiano, o la rivalidad que salvó a la FIFA


No cabe duda de que el fútbol es el deporte rey. Pese a no ser un deporte excesivamente mayoritario ni popular en países de gran relevancia en términos de población, como Estados Unidos, China, la India o Canadá, su hegemonia en Europa, América del sur, África y gran parte de Asia es incontestable. Con más de 3.000 millones de seguidores repartidos por todo el globo, el fútbol es un fenómeno global que trasciende culturas, religiones y etnias para definir un espectro único de amantes de un hermoso juego, un hermoso juego que nace en las calles y barriadas más pobres y acaba por reunir multitudes en abarrotados y lujosos estadios para presenciar las auténticas batallas de gladiadores de nuestros días enfundados en camisetas representativas de ciudades o países ... representativas, en cualquier caso, de muchísima gente.

Por añadir un dato, durante la final del mundial de Sudáfrica en 2010, alrededor de 909 millones de personas sintonizaron, al menos durante un minuto, sus televisores para presenciar el choque entre españoles y holandeses. Pues bien, todos estos datos de seguimiento y participación mediante plataformas online fueron ampliamente superados por la cobertura del mundial de 2014 en Brasil, que rondó los 3000 millones de espectadores totales, a lo largo de cada una de las etapas de la competición. Estos tímidos datos no buscan más que poner de relevancia que el fútbol, como tal, como deporte rey, parece no depender de nada ni de nadie, de ninguna institución o jugador para seguir manteniéndose en su trono. Mientras haya una pelota en el patio del colegio, en el descampado del vecindario, o en el pabellón del barrio, todo irá bien... En teoría. 

Hace ya algunos años que el futbol de máximo nivel dejó de ser un deporte para convertirse en un entretenimiento. La filosofía americana del show business y el entertainment tiene como pivote central el deporte, y en europa estamos condenados a seguir la misma tendencia. Es inevitable. Concretamente en España, el peso del marketing y la parafernalia ha llegado a niveles kafkianos. Las diferencias entre presupuestos son dramáticas, incluso entre clubes de la misma categoría. Madrid y Barça, con leves incursiones de otros como el Atleti, Valencia o Sevilla, ejercen un dominio excesivo sobre la competición local. El desbarajuste presupuestario entre el primero y el séptimo de la liga es desmesurado, no hablemos ya del vigesimo-quinto, o de los clubes que aspiran a subir desde segunda. Los dos grandes monopolizan la actualidad deportiva en todos sus soportes, maniobran con mas autoridad que nadie en los mercados, abarcan funciones sociales con cada vez más recurrencia y por supuesto, pagan mejores salarios que nadie.

Por estos motivos, hace unos años que La Liga comenzó a ser aburrida. La mayoría de los partidos no ofrecían especial espéctaculo; más bien, eran tediosos. Si eres del Barça o el Madrid, y especialmente si vives en la capital o en la ciudad condal, quizá el escenario no haya afectado tanto ... pero es un hecho que la diferencia entre posibilidades hirió de muerte a los equipos más 'modestos'. La falta de competitividad de una liga que insistía en ser vendida como la mejor del mundo era alarmante, los jugadores no venían, y si venían, se iban. Los prestamos de los bancos ahogaban a clubes que no eran suficientemente atractivos para pujar por los contratos televisivos y publicitarios más jugosos, que recaían siempre en manos de los dos titanes. Los precios de las localidades en los estadios son definitivamente abusivos, mucho más elevados que el valor medio de las entradas en otras ligas europeas, especialmente en una etapa de dificultades económicas, y los campos no tardaron en vaciarse. En definitiva, nos encontramos con un panorama desalentador: un campo semi-vacio, un equipo desestructurado y desmotivado, ante un rival en idénticas condiciones, y sin recibir más que unas migajas de atención mediática.

Los años de mitad de década pasada, entre el 2005 y el 2008 más o menos, fueron de especial intranquilidad. El fútbol presenciaba el declive de una generación de jugadores talentosos, como Ronaldo, Zidane, Maldini, Oliver Kahn, Nedved, Del Piero o Raúl, que parecía no encontrar relevos adecuados. La incursión de nuevos talentos solía ser sucesiva y estacional, como el caso de Ronaldinho, Kaká o Fernando Torres, y, a grandes rasgos, no se encontraban estrellas en el firmamento. Había grandes, grandísimos jugadores ... pero no auténticos astros, jugadores que aúnen calidad sobre el campo y carisma fuera del verde durante el tiempo necesario para que la prensa y la masa social se encaprichen contigo de manera irrevocable ... hasta que pasó lo que tenía que pasar.


Todos los deportes han tenido al menos una rivalidad de época. En el baloncesto, tenemos la rivalidad entre Magic Johnson y Larry Bird, que transportó la antigua disputa Lakers vs Celtics, costa oeste vs costa este, progreso vs tradición, a una nueva dimensión global que acabó por convertir a la NBA en la inmensamente inmensa máquina mediático-deportiva que es hoy. En boxeo, encontramos legendarios duelos y dinastías, como la tensión entre Tyson y Holyfield, la trilogía de combates entre Micky Ward y Arturo Gatti, o sobre todo, la rivalidad representada en forma de tres discusiones a ostia limpia entre Muhammad Ali y Joe 'Smoking' Frazier. En tenis, con los siempre emocionantes y disputados duelos entre Rafa Nadal y Roger Federer, o la desarrollada hace unas décadas entre John McEnroe y Bjorn Borg, que acumularon hasta 14 encuentros. O cómo olvidar la sobria y casi negra rivalidad entre Anatoly Karpov y Gary Kasparov ante un tablero de ajedrez.

En el balonpíe, el debate sobre quién era el mejor jugador de todos los tiempos siempre fué intergeneracional. Que si Pelé, que si Maradona, que si Cruyff, que si Di Stefano ... Siempre nombres de distintas épocas que, por un motivo u otro, no habían podido medir sus fuerzas en escenarios similares. Los años pasaron y distintos reyes ocuparon efímeramente el trono de Rey del Fútbol, durante el tiempo que la trituradora mediática, el peso de la presión o el hedonismo tardaran en hacerle abandonarlo; lo que pasara primero. Hasta que llegaron Messi y Cristiano. O hasta que llegaron Cristiano y Messi. Puedes poner al que prefieras por delante ... en cualquier caso, no se entiende al uno sin el otro, ni al otro sin el uno. Cuando el fútbol estaba huérfano de emoción ... toma dos tazas.

Basta con decir que Italia fue la ganadora del mundial de 2006, y que Paolo Cannavaro fue elegido el Ballon D'Or de esa temporada, para hacerse una idea de que no era una etapa donde abundara el talento ni el espectáculo. Por aquel entonces, Leo Messi ya asomaba por los entrenamientos del primer equipo del Barça, donde era mimado por todos, desde Frank Rijkaard hasta el jardinero, pasando por los capitanes y el crack mundial del momento, Ronaldinho. Todos sabían que ese introvertido renacuajo argentino podría acabar siendo muy grande ... aunque no creo que nadie hubiera apostado a que acabaría ganando (hasta el momento) 4 balones de oro. Por otro lado, Cristiano salía de su país natal rumbo Manchester, donde vivió un proceso que le transformó de niñato egocéntrico obsesionado con las florituras y la güasa, a jugador total, líder de un equipo ganador de la Champions y, a la vez, ícono de marketing global. Eran la antítesis el uno del otro. Uno carismático, el otro tímido. Uno de físico poderoso, otro de cuerpo más pequeño y escurridizo. Uno sonríe, el otro agacha la cabeza, aunque en ocasiones se le escapen sinceras muecas de diversión sobre el campo ... Pero los dos extremadamente buenos. Buenos hasta decir basta. Y una vez que dices basta, pues más buenos todavía. Jugando uno en el Barça, era cuestión de tiempo que el otro viniera a jugar al Madrid.

Y así fue. Florentino Pérez mediante, Ronaldo aterrizó en el Bernabéu. Era la vuelta del 'tito Floren' a la presidencia blanca tras su accidentada huida en su primer mandato. Ahora volvía con un propósito, como si de un mesías se tratara; el de devolver al club de Chamartín a su legítimo puesto como soberano del futbol español, europeo y mundial, tras unos cuantos años donde el Barça de Ronnie, Eto'o, Deco y compañía le habían ganado la partida a un Real Madrid presidido por Ramón Calderón que no era tan atrevido y exquisito en sus fichajes ( Royston Drenthe, Emerson, Gago o un muy mermado Cannavaro son buena prueba de esta política de fichajes, que también incluía buenos movimientos, como Higuain, Marcelo o Van Nistelrooy, y jugadores que no alcanzaron su mejor nivel en el club blanco, como Sneijder y Arjen Robben). De un plumazo, Floren revolucionó el mundo del futbol volviendo a dotar al Madrid de la mejor plantilla de Europa. Junto a Ronaldo, llegaron Kaká, Xabi Alonso y Karim Benzemá, para competir con el flamante Pep Team de Messi, Xavi, Iniesta y el también recién llegado Ibrahimovic, que acababa de ganar el triplete y se dirigía a completar su temporada perfecta con los seis títulos posibles. Leo y Cristiano ya tenían a su ejército, era momento de luchar.

En aquella etapa, el estilo de juego del barça de Guardiola era casi universalmente aclamado y admirado. Con jugadores bajitos y de toque, y un juego basado en la posesión y la presión a la salida del balón rival, el equipo iba dejando en la cuneta cuantos rivales osaban atentar contra su hegemonía. Por otra parte, Cristiano jugaba en el Madrid de los millones, un club forjado a base de talonario. Su carácter arrogante y presumido no convencían a buena parte del público, y el haber sido el jugador más caro de la historia en un momento ecónomico y social tan delicado en nuestro país no ayudó en absoluto a mejorar su imagen. La única manera de labrarse una buena prensa y ganar el cariño y respeto de su público era rindiendo a un nivel excelso, y él sabía que tocaba ser paciente y trabajar duro. Mientras tanto, Messi se aburría de recoger galardones invidivuales, de levantar títulos colectivos y, en definitiva, de acaparar elogios y piropos de prensa, afición y compañeros del mundillo.


La rivalidad alcanzó su climax en la temporada 2011-2012. Cristiano marcó 46 goles en 38 partidos, y Messi, con dos cojones, le superó con ¡¡¡50!!! en 37 encuentros. Al año siguiente, anotaron 34 y 46 respectivamente en Liga. La temporada pasada, Messi se quedó en 28 y Ronaldo llegó a los 31. Esta temporada, a 5 de Marzo, Cris lleva 30 goles en 22 partidos y Leo 27 en 25. Absolutamente escandaloso. Hace una década, era común que el máximo anotador de la temporada se acabara llevando el pichichi con unos 25 goles ( en la temporada 2001-2002, por ejemplo, el premio fue para Diego Tristán con 21). Pero estos dos son capaces de marcar 25 sólo en la primera vuelta. Pulverizan récords en sus clubes, en liga, en champions ... rompen registros históricos, por temporada o en proporción partidos/goles ... no hay estadística que se les resista ni record que les aguante mucho el pulso. No hay situación que les haga disminuir su nivel, no hay mala etapa que no acaben por superar. Ni problemas con hacienda, ni insultos de la grada. Ni rupturas de pareja, ni entrenadores cabrones. No hay nada que haga que estos dos bichitos bajen su nivel y su rendimiento, y me atrevó a pronosticar que eso no pasará mientras ambos sigan en activo. 

Y es que la clave de su excepcional rendimiento hay que buscarla en la retroalimentación que se proporcionan. Cristiano, ser ególatra y demencialmente competitivo, debió pasarlo realmente mal durante esos años en que los méritos y los premios iban a parar a manos de la Pulga. Ronaldo nunca ha sido muy apreciado en las oficinas de la FIFA, en parte por su comportamiento en ocasiones provocativo, y en parte, una vez más, por la figura de su contrapunto argentino. Messi, en oposición a Cristiano, es discreto, modesto, solemne, casi invisible. No es común verle enfadado, y mucho menos en actitud agresiva o burlona. Como mucho, se agarra inocentes pataletas por no recibir el balón, por no ser la primera opción en algún tramo puntual, o por cualquier otra tontuna de transitoria tensión y fácil solucion. Para acabar de decantar la balanza, en aquellos años el espléndido rendimiento del luso era eclipsado por el arrollador estado de forma del de Rosario. Leo debe haber sentido una impotencia similar el año pasado cuando, por primera vez en su carrera, veía como un amplio sector de la prensa, el mismo que le había encumbrado con determinación, se giraba contra el y señalaba al luso de Madeira como el auténtico mejor jugador del planeta. Debió de sentirse frío. Por primera vez, le ponían a alguien por encima. Y eso a Leo, ser envidioso y demencialmente competitivo, no le debió sentar nada bien. El camarote de los Hermanos Marx en que se había convertido el vestuario blaugrana de la temporada del 'Tata' Martino y un puñadito de problemas personales llevaron a Leo a evidenciar un bajón tanto de forma como de ánimo, ocasión que no dejó pasar CR7 para pisar el acelerador hacia la décima blanca a base de goles y un juego abusivo. Messi comprendió cuán severo y asqueroso puede llegar a ser el comportamiento de la prensa a la mínima que des menos de lo que acostumbras. Y ese problema de expectativas es ciertamente caótico cuando te mueves por niveles de excelencia tan altos.

Por eso ambos se necesitan. Se llevarán peor o mejor, pero ambos saben que se necesitan. Porque ... ¿de que sirve ser el mejor si no puedes probarlo con nadie ? Ambos saben que sólo son buenos en la medida en que son mejor que el otro. Es su suerte y su maldición. Por eso cada uno defiende la chamarra de los dos archienemigos del futbol español. Por eso vino Cristiano a España. Ambos se echan el guante y ambos lo recogen.



Durante la gala de entrega del último balón de oro, se produjo en Zurich un tierno encuentro entre Ronaldo, el hijo de éste, y Messi, que por fortuna fue captado por las cámaras. El pequeño Ronaldo quería saludar a Messi, pero le daba tanta verguenza que quedó paralizado. Leo se da cuenta, se acerca, y lo saluda y acaricia. Cristiano le explica que su hijo ha visto videos suyos en internet y que siempre pregunta por Leo. El pequeño está creciendo, y se ve que comienza a tomar conciencia del mundo en el que se criará, de la dimensión real del fútbol y del papel de su padre dentro de este deporte. Este sincero acto resulta trascendental en la evolución de la relación entre las dos futuras leyendas. Nada como la inocencia de un niño para unir a dos hombres presentados desde el día uno como enemigos. Durante todo el patiburrillo previo a la gala, en entrevistas y comparecencias de prensa, ambos no dejaron de tirarse piropos y de mostrar un tono ciertamente cordial y respetuoso, muy distinto al clima de recelo y desprecio que existía antes entre ellos, intencionalmente exacerbado en la época de José Mourinho en el Madrid. Por aquel entonces ni se miraban. Sin duda alguna, se odiaban. Y de ese odio nacerá el respeto, y quien sabe si, en el futuro, una sincera amistad. Ambos se odian porque el principio de uno significa el final del otro. Tan grande que sea uno, tanto que se tendrá que esforzar el otro. La competición en su máxima expresión

Quizá algún día, como decía, Cristiano y Messi acaben por ser amigos. Acaben por entender el enorme impacto que han tenido sobre un deporte que tiene, a su vez, un profundo impacto en la sociedad. Sus desmesurados salarios van en concordancia con la exagerada ilusión y satisfacción que han proporcionado, proporcionan y proporcionarán a todos los yonkis del circo romano de nuestros días. Más allá de estos asuntos socio-políticos, para todos los que simplemente son amantes del genuino espíritu del deporte y la competencia, estos dos son un regalo. Un regalo que debemos disfrutar, porque más temprano que tarde ya no estarán, y nos pasaremos la vida recordando en triviales conversaciones durante apacibles momentos de descanso con amigos y descendientes las jugadas, los detalles, los triunfos y la leyenda de dos deportistas únicos en una coexistencia temporal irrepetible. Quizá acaben siendo amigos porque, ante todas las cosas, ninguno sabe mejor que el otro cómo de fría e inhóspita es la soledad que conlleva ser el mejor.