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23 marzo, 2015

Filmografía recomendada: La vida de los otros

La vida de los otros (Das Leben der Anderen) es un film germano del año 2006, ganador del Oscar a la Mejor Película de habla no inglesa, el BAFTA a mejor film de habla no inglesa, el César a mejor película extranjera y el premio de Mejor Película en los Premios de cine europeo.

La película se sitúa en Berlín Este y cuenta la vida de Gerd Wiesler ( interpretado por Ulrich Mühe), un metódico, dedicado y convencido comunista agente de la Stasi, la policía política de la Alemania Oriental, en la década de los 80, unos años antes de la caída del muro de Berlín. El fracaso del imperio comunista y la reunificación alemana ya flotan en el ambiente, y el capitán Gerd simboliza la vieja guardia roja. A él le encargan espiar y vigilar a un notable dramaturgo intelectual, del que se sospecha mantiene contactos con la vecina República Democrática Alemana. Poco a poco, Wiesler comprueba como la misión tiene menos que ver con la política y más con la intención de su ministro de cultura de quitarse de encima al escritor porque se ha encaprichado de su bella esposa; al mismo tiempo, comienza a albergar simpatía por su espiado. El proceso de racionalización interno que experimenta Wiesler durante el film es una excelente metáfora del desarrollo político-social de la Unión Soviética. El desenlace de la trama resulta francamente inesperado y entrañable.


Se trata de la ópera prima (hasta entonces sólo había dirigido cortometrajes) de Florian Henckel von Donnersmarck, que se encargó del guión y la dirección del proyecto. La cinta recopiló una vasta cantidad de premios y reconocimientos en diferentes circuitos de varios países, y arrasó en los Premios del Cine Alemán de 2006. Su visionado es obligado para todos los amantes de los buenos thrillers políticos, que quedarán atrapados desde casi la primera escena por el sobrio y refinado ambiente alemán del film, por el magnífico desempeño del reparto, el minimalista manejo de la cámara y un tramo final brillante. Esta película fue la plataforma de despegue para un director tremendamente talentoso, que vió como su nombre fue incluido en una lista elaborada en 2011 por la Universidad de Oxford, su alma mater, de las 10 personas más distinguidas de sus diez décadas de historia. La lista la componían personajillos de escasa relevancia como Duns Scotus, Guillermo de Ockham, Erasmo de Rotterdam, Thomas More, John Locke, Christopher Wren, Adam Smith, Lawrence de Arabia, Oscar Wilde, J.R.R. Tolkien, Rupert Murdoch, Bill Clinton y Stephen Hawking. Casi ná.





19 marzo, 2015

Filmografía recomendada: Six acts


Six Acts (Shesh Peamim) es una película israelí del año 2012 dirigida por el entonces nóvel Jonathan Gurfinkel, que presenta el caso de Gili (Sivan Levy), una adolescente que busca ascender en la escala social de su nuevo instituto mediante la promiscuidad y la sumisión sexual. El largometraje fue seleccionado para el Festival de Cine de Tribeca de 2013 con buena acogida.

El film está dividido en seis actos o episodios, en los que la protagonista va cada vez un paso más lejos en su recorrido de lujuria y baja autoestima. Se trata de la clásica muchacha rebelde con problemas en casa que busca desesperadamente la aceptación de los chicos de su edad para compensar los desequilibrios afectivos presentes en su dimensión familiar. Pese a sus esfuerzos por presentarse y actuar como una chica enrrollada, divertida y atractiva, es menospreciada por sus nuevos compañeros debido a su aleatorio y poco digno comportamiento sexual. Se encariña en concreto con uno, pero lo único que consigue despertar en los hombres es pena y recelo, y su relación con estos se limita a unas cuantas mamadas y a situaciones deprimentes y muy turbias. Su deliberada apariencia facilona y desenfadada crea la ilusión de que cualquier hombre que lo intente podrá acostarse con ella, por lo que cuando, en alguna arrancada de orgullo, pretende recuperar una posición de igualdad con el macho y labrarse algún respeto, le sale el tiro por la culata. Mientras busca aceptación y deseo, sólo encuentra rechazo, desprecio y humillaciones.



Six Acts aborda la desorientación y la angustia de muchas chicas adolescentes crecidas en un mundo cada vez más tecnológico y menos personal, esto es, cada vez más rápido y cruel. Cada vez más eficiente. En una sociedad donde se bombardea a la mujer, prácticamente desde la infancia, con ideales estéticos y de pasajera felicidad, cada vez es más común encontrar muchachas incapaces de controlar este exceso de libertad y estímulos y con una verdadera dificultad para conseguir ser aceptadas por el género masculino más allá del sexo. Six Acts es una historia cotidiana y verídica que causa un efecto en el espectador balanceado entre la excitación, el asco y la vergüenza. La función de la cinta no es otra que poner de relevancia este conflicto de roles que a buen seguro hemos presenciado directa o indirectamente en muchas ocasiones. Una joven muchacha que utiliza su cuerpo como cebo y como arma, y un grupo de jóvenes de clase media alta que no tienen mayor ocupación en su día a día que centrarse en la árdua tarea de ser todos copias idénticas. La curiosidad y la sumisión de Gili responden sólo al impulso, a la necesidad, de ser tomada en cuenta, valorada y apreciada, y en absoluto es el apetito sexual lo que dirige sus erráticas acciones. Pero esta ausencia de escrúpulos y de autonomía volitiva la convierte en el hazmerreír y el pasatiempo de los cafres de sus nuevos compis, que no se toman la más mínima molestia en tratarla como a un ser humano de primera. El final de la película, abierto, deja una sensación extraña en el cuerpo, ya que permite al espectador visualizar la profundidad real del callejón sin salida en el que se ha metido la prota.

Se trata, por lo tanto, de una película sobre adolescentes que trata temas de verdad, por lo que su visionado es recomendado y resultará enriquecedor en la medida en que sea capaz de hacer reflexionar al espectador sobre ciertas cuestiones relacionadas con la manera en que se comportan, se entienden y se comunican las nuevas generaciones criadas bajo el You Only Live Once.


27 febrero, 2015

El gran héroe americano


El pasado 20 de Febrero se estrenó en España la última película del talentoso Clint Eastwood, El Francotirador, que narra la historia de Christopher Kyle, un soldado americano que sirvió a su país en cuatro campañas durante la invasión de Irak. Kyle se convirtió en una leyenda para sus compañeros y compatriotas gracias a su espectacular lista de bajas enemigas (el Pentágono le atribuye unas 150 muertes, aunque él las elevaba hasta las 250; en cualquier caso, el más efectivo asesino documentado de la historia del ejército norteamericano). A principios de 2013, ya en suelo estadounidense tras dar por finalizadas sus funciones en el conflicto, Kyle y un amigo suyo se reunieron con Eddie Ray Routh, también marine americano, en un campo de tiro de Fort Worth, Texas. En teoría, el motivo de este encuentro era el de dar apoyo al último, que se encontraba aún muy afectado por el trauma de lo vivido en la guerra en territorio árabe. Había sido diagnosticado con Estrés Post-traumático. Sin embargo, el encuentro se saldó con el asesinato de Kyle y su amigo Chad Littlefield a manos de Routh. Un final totalmente inesperado para la vida de un profesional del homicidio que relata en su autobiografía American Sniper sus peripecias por tierra oriental con un inmenso orgullo.

Su muerte despide cierto aroma trágico y ridículo; un hombre sumamente efectivo y despiadado, con proverbial talento para acabar con la vida, ajusticiado en un pequeño renuncio, en su comunidad natal; en su hogar. Es una buena y cruel metáfora del sinsentido de la intervención americana en Irak y Afganistán, una buena prueba de que la guerra no es tan honrosa ni digna como nos quieren hacer creer ( Clint Eastwood incluido). Kyle encontró la muerte en su propia casa, de la misma manera en que cientos de iraquíes habían sido baleados en su propia tierra a manos de este invasor de uniforme.

En éste artículo no comentaremos el curriculum vital ni profesional de Kyle (el lector puede conocer al dedillo toda su existencia con una búsqueda en Google mediante) ni la representación cinematográfica patriótica y facilona del director de obras maestras como Cartas desde Iwo Jima o Sin perdón. Nos vamos a centrar en retratar la concepción del pueblo americano de sus políticas expansionistas e intrusivas, y en la idealización de un personaje que, al margén de cumplir con su deber, parecía deleitarse en el proceso de destruir y colonizar un pueblo y una cultura que nada había hecho para merecer su desprecio, más que estar bajo el mandato de unos dirigentes cuya ideología chocaba frontalmente con el mayoritariamente profundo y desvastador egocentrismo nacional de un país que busca encontrar su identidad en la comparación directa y arrogante con otros de menor tamaño, alcance y repercusión. El clásico abusón del recreo.



Chris Kyle nació en 1974 en Texas, el sur profundo de los Estados Unidos, tierra de convencionalismos, patriotismo y religión. Fue el americano modelo de principio a fin; casado con su mujer, con su país y con Dios. Además, como buen sureño, afirmaba que “siempre he amado las armas”. Su voluntad por ayudar a su país siempre fue completa. Ya alistado a los Navy SEAL, las fuerzas de élite del ejército americano, y situado en el país gobernado aún por Saddam Hussein, Kyle se fue ganando una fama entre sus compañeros de auténtico animal de guerra. Era conocido por el apodo de La Leyenda entre sus camaradas. Sin embargo, la percepción del bando local era bien distinta; Christopher era conocido entre los iraquíes como El demonio de Ramadi, y por su cabeza fueron ofrecidas jugosas recompensas. Kyle no titubeaba a la hora de calificar su estancia en Irak como "Divertida... Los mejores años de mi vida fueron en los SEAL". Consideraba al enemigo como personas "despreciables". Relata que “En Irak llamábamos salvajes al enemigo porque no hay otra manera de describir lo que allí encontramos”. Este es el motivo por el que no se siente culpable ni tan siquiera ligeramente avergonzado del sangriento balance de su paso por Irak, llegando a afirmar que tan sólo volvió a casa con una espinita clavada: "Solo hubiera deseado haber matado a más. No para jactarme sino porque creo que el mundo está mejor sin salvajes que acaban con la vida de americanos”.

Su mujer logró convencerle para que, tras cuatro exitosas incursiones en oriente medio, Kyle regresara a su hogar con ella y sus hijos, y se dedicara a la vida en familia. Naturalmente, se sentía como un pez fuera del agua, y se agarró al alcohol como válvula de escape para una realidad sin objetivo ni propósito, hasta que un accidente de tráfico que casi le cuesta la vida le hizo comprender que era hora de aceptar que sus días en la guerra se habían terminado. Fundó una compañia de seguridad con un suntuoso lema: ' A pesar de lo que te haya contado tu madre, la violencia si que resuelve los problemas'. Toda una declaración de principios.



El destino quiso que este soldado que tan ferozmente y con tan pluscuamperfecta eficacia había defendido los supuestos intereses de su país fuera borrado del mapa en su propia comunidad. Como dice el refrán, Quien a hierro mata, a hierro muere. Kyle había asumido con cuasi-divino significado la intervención americana en la guerra con Irak, una conducta común entre la masa más tradicional de la población y fomentada a fuego por los medios, el gobierno de turno y el sistema de valores estadounidense. La noticia de su muerte dejó consternado al pueblo gringo, que lloró y honró a su bravo y fiero hijo. Sin embargo, cabe recordar de donde nace la fama de este personaje.

Kyle era una celebridad admirada en su país porque representaba al buen americano clásico: hombre de su tierra, de su mujer y de su Dios, intrépido y valeroso en la acción y modesto y solemne en el discurso. Kyle siempre lidió con ambivalencia y humildad con su popularidad, e incluso admitió que no encontraba motivo a la realización de su autobiografía pues, en sus propias palabras, "¿A quién le interesa mi vida? No soy diferente a cualquier otra persona”. El pueblo norteamericano, aunque en ocasiones dividido respecto a la verdadera utilidad de aventurarse en territorios lejanos a golpe de fusil para acabar por derrocar y recolocar gobiernos y saquear recursos de interés, siempre ha coincidido en su unánime respeto por la figura del soldado. Estamos ante una nación levantada en base a una revolución y una guerra, y no por legítima posición natural ancestral en el territorio, como puede ser el caso de los pueblos europeos. El sacrificio y el peligro al que se enfrentan los jóvenes reclutas son tremendamente valorados por el grueso del pueblo yankee. Pero además de todo esto, Kyle destacaba entre todos sus compis de batalla por haber sido especialmente devastador y sangriento. En otras palabras, por haber sido más útil que nadie para su país. El bueno de Kyle será recordado por el pueblo, y ahora incluso por el cine, cómo el más efectivo tirador de la historia americana, así que cabe preguntarse de que manera una historia similar sería considerada como honrosa en otros países del mundo. 

Probablemente en España no honraríamos de manera tan extraordinaria la labor de un ser humano que se ha llevado por delante la vida de cientos de personas en su propio lugar de residencia. Porque no se puede obviar el hecho de que el conflicto de Irak no era en absoluto una guerra, sino más bien se trata del último abuso de poder de los Estados Unidos ante la complaciente mirada de la comunidad internacional. Quizá en unos siglos, la humanidad eche la vista atrás y se escandalice ante la verdadera magnitud de la maniobra americana en Oriente medio. Un sistemático genocidio y desmantelamiento de un pueblo que carecía de recursos, población, equipamiento y estructura para repeler el ataque de una fuerza invasora de tan colosales dimensiones. Además de ser más fuertes, estaban muy cabreados. El absoluto desprecio de Kyle por la cultura babilónica es la tónica habitual entre las buenas gentes de ese gran país que es Estados Unidos. El odio y la discriminación cultural son dimensiones realmente intrínsecas a la personalidad estadounidense.

La figura de Christopher Kyle se irá expandiendo progresivamente hasta entrar a formar parte de la cultura popular americana, tan propensa al iconismo y la parafernalia como a la actividad bélica, activa o pasiva. Será una muestra más de la profunda ignorancia de un pueblo que busca ansiosamente construir una historia propia, plena de símbolos, momentos, personajes y logros que doten a la comunidad de orgullo y referencias. En tanto que un hombre nacido en Texas que acabó por viajar más de 11.000 km hasta en cuatro ocasiones con el único objetivo de neutralizar personas que, según lo previsto en su día de nacimiento, nunca debería de haber conocido, para luego ser masivamente honrado por ello y clasificado como un auténtico héroe, siga siendo el prototipo de figura de admiración para un pueblo de más de 300 millones de habitantes, el mundo sigue estando abocado a la injusticia y la desolación.


Kyle relata en su libro el momento en el que tuvo que disparar por primera vez a una mujer. Mientras estaba apostado haciendo su guardia, observó como una mujer se acercaba a un vehículo de marines con un niño agarrado de una mano y una granada en la otra. Admite que ante la primera orden de disparo, dudó, pero no ocurriría lo mismo en la segunda: Kyle apretó el gatillo, derribó a la mujer, y salvó a sus compañeros. Ante la cuestión de si se arrepiente, su respuesta es que "no lo lamento, esa mujer ya estaba muerta y yo tenía que asegurarme que ella no se llevaba a ningún marine por delante. Disparar era mi deber

Su reflexión no es errónea. Esa mujer ya había decidido acabar con su vida y solo albergaba la esperanza y la intención de arrastrar a algún americano con ella; la misión de Kyle era evitar este escenario y salvar la vida de sus compañeros, y lo hizo, una vez más, con suma eficacia. Pero resulta evidente que Chris no dedicó mucho tiempo a meditar el por qué esa mujer había decidido sacrificar su vida. Parece claro que hay que estar sumido en una profunda desesperación para llegar al punto de sacrificar tu vida en pos de una causa ulterior; en este caso, todos aquellos etiquetados por la prensa como "terroristas" no son más que seres humanos que han visto cómo un opresor extranjero se ha presentado en su tierra con funestos planes de estructurada destrucción e innegociable muerte, para encima jactarse de ello de cara al resto del mundo, con el pretexto de estar ejerciendo una acción necesaria y orientada a preservar la paz y el orden en el planeta. Ante tan desalentadora situación, el acto de entregar tu vida con la ilusión de aportar tu granito de arena en la imposible tarea de desplazar al invasor no merece ser calificado como "terrorista" de ninguna de las maneras. Es obligado preguntarse qué entendemos por terrorismo y quién es la verdadera víctima en esta guerra. Chris Kyle acabó con la vida de cientos de personas; y fue precisamente otro profesional de la muerte el que le dió materile. Podríamos considerar este final como triste, como sucio, como inesperado... pero nunca, nunca como injusto.